jueves, 31 de diciembre de 2009
Despedida
El año se muere entre petardos y bulla pachanguera. Se fueron sus días al compás de vientos sureños y hoy, mañana de San Silvestre, un claqué de lluvia fina riega a vivos y bendice a muertos. En el interior del autobús municipal el cartelito de gratis (1,10 euros) añade peso al bolsillo y pone la dicha a punto para la despedida. "¡Feliz año!, ¡feliz año!", se desean los viajeros unos a otros, y, ante la afabilidad colectiva, el fantasma de la muerte, del paro y del desamor sofoca sus carcajadas sin esperar a que Chopin se siente al piano.
Un borracho cuela entre felicitación y abrazo que "el tiempo no tiene principio ni tampoco fin". El argumento pone un taco a la lengua de otro. "¡Joderrrrrr!, yo eso no lo había pensado...", y la eslava que le acompaña le grita que se apresure a bajar del bus. "¿Se le quema la sopa?", pregunta una vieja, y el tío responde airado: "No, lo que se le quema es otra cosa". Un cura de alzacuello y sotana levanta la voz para decir lo que otros piensan y callan: "Ya no se respetan las canas". A su lado, un crío de ojos vivarachos abraza a un peluche algo perjudicado por sus arrebatos de pasión recién estrenada.
Son las últimas horas de 2009. Hay jaleo y trasiego en las calles y más que habrá, cuando las campanadas den las doce en los relojes y el rebaño humano grite la bienvenida al que viene en plan vacilón. El borracho apunta al conductor que beberá no más que una copa, y éste medita si habrá que esperar a que apure cien: para que diga que este trae, como el que se va, sus horas contadas; y que la vida y la muerte van de farol.
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