skip to main |
skip to sidebar
El autobús municipal arranca y avanza apenas unos metros, cuando un grito se alza por encima del motor. "Espera, corazón, espera". El conductor frena en seco. Los viajeros miran por las ventanillas hacia atrás. Una mujer corre y corre. Ya está casi a la altura. Faltan centímetros para llegar a la puerta... ¡Oh sorpresa!, sigue corriendo. El conductor sale como un resorte a la puerta: "Señora, señoraaaaaaaaa". Ella sigue veloz, sin volver la cabeza atrás.
El profesional del vuelve a su lugar y el autobús emprende la marcha. Y esta vez no es un grito sino un alarido siniestro: "Espera, corazón, espera". A los viajeros el berrido les hiela la sangre. Unos y otros se miran con cara de no entender qué cosa está sucediendo. El chófer frena de nuevo, y esta vez se baja del cuatro ruedas y vuelve a subir diciendo: "No hay nadie. Pero ustedes lo han oído como yo...". "Sííííííí", exclaman los viajeros al unísono y casi sin pausa para la afirmación conjunta, otro grito y más tarde otro y otro.
"Este autobús está embrujado", exclama una monja sacando un rosario de su faltriquera. En la siguiente parada descienden la mayoría de los ocupantes, salvo unos pocos. Estos hablan de histeria colectiva y de la blandenguería reinante hoy. El conductor se ha hartado de los alaridos que se oyen en el interior, casualmente cada vez que el bus sale de las paradas, y sigue impertérrito el trayecto. Sólo el personal que monta de nuevas padece el desconcierto. Entonces, los que han experimentado anteriormente los gritos, explican que no pasa nada. "No hay que hacer caso".
Una nueva parada. Sube una mujer. El conductor cree reconocerla. Es la que pasó corriendo como una flecha cuando él detuvo el bus la primera vez. Está a punto de decirle algo, pero ve por el espejo retrovisor a un chaval que se acaba de apear. Este saca el móvil de un bolsillo al oír gritar "¡espera, corazón, espera!"; y descuelga.
No hay comentarios:
Publicar un comentario