jueves, 8 de abril de 2010
Eso digo yo
El viajero despliega el oído en el autobús a la captura de diálogos y conversaciones, que den hechura y cuerpo al relato. La transcripción textual habla de la riqueza idiomática y del fabuloso vocabulario, que hoy, año 2010, se gasta.
-Hace un día espléndido.
-Eso digo yo.
-¡Que asco!,cuanta corrupción hay.
-Eso digo yo.
-Ya cantan los pájaros mañana y tarde.
-Eso digo yo.
-Me parece que hay crisis para rato.
-Eso digo yo.
Escuchador mira por la ventanilla. Un jilguero le hace señas desde la rama de un árbol. ¿Qué canta, qué dice? "Eso digo yo", le susurra el pájaro a las meninges. Está a punto de abandonar el cuatro ruedas, cuando ve a dos hombres comunicarse entre sí con la lengua de signos. Los sordomudos hablan de una montaña muy alta, de un río, un pinar y de una casa abierta a los cuatro vientos. Y él, en ese preciso instante, se visualiza a sí mismo atado a la frasecita de marras: "Eso digo yo".
"No problem", dice una vieja a su lado. No es que la mujer tenga rádar para descubrir su azaro. Simplemente, alguien le pisó un pie. El tipo se baja del cuatro ruedas. Una racha de viento le pone en pista de meditación. "De aquí a unos años, con balar es suficiente" y las baldosas que va pisando asienten con un tás-tás que él toma por una nueva ración de "Eso digo yo".
Y brama, canta, llora y se hace jaula de sus grillos. Y el ¡Ay, mísero de mi, de Segismundo persigue su sombra y dobla su espinazo. Él sabe, más hace como que ignora, que el desgarro del hombre es hambre y también, a veces, literatura.
-Hace un día espléndido.
-Eso digo yo.
-¡Que asco!,cuanta corrupción hay.
-Eso digo yo.
-Ya cantan los pájaros mañana y tarde.
-Eso digo yo.
-Me parece que hay crisis para rato.
-Eso digo yo.
Escuchador mira por la ventanilla. Un jilguero le hace señas desde la rama de un árbol. ¿Qué canta, qué dice? "Eso digo yo", le susurra el pájaro a las meninges. Está a punto de abandonar el cuatro ruedas, cuando ve a dos hombres comunicarse entre sí con la lengua de signos. Los sordomudos hablan de una montaña muy alta, de un río, un pinar y de una casa abierta a los cuatro vientos. Y él, en ese preciso instante, se visualiza a sí mismo atado a la frasecita de marras: "Eso digo yo".
"No problem", dice una vieja a su lado. No es que la mujer tenga rádar para descubrir su azaro. Simplemente, alguien le pisó un pie. El tipo se baja del cuatro ruedas. Una racha de viento le pone en pista de meditación. "De aquí a unos años, con balar es suficiente" y las baldosas que va pisando asienten con un tás-tás que él toma por una nueva ración de "Eso digo yo".
Y brama, canta, llora y se hace jaula de sus grillos. Y el ¡Ay, mísero de mi, de Segismundo persigue su sombra y dobla su espinazo. Él sabe, más hace como que ignora, que el desgarro del hombre es hambre y también, a veces, literatura.
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