jueves, 29 de abril de 2010

Hugo


Hugo Alfredo Tate no subirá hoy a ningún autobús municipal, ni de su ciudad ni de ninguna. Tampoco volverá a sentarse en el suelo para sentir la vida como un bulto; ni mirara de reojo a los transeúntes y, mucho menos, solicitará una limosna para comer un bocadillo. Está muerto.


El estupor del viajero, a medida que va leyendo el suceso, se convierte pronto en indignación. Este hombre era un vagabundo de 31 años. Murió desangrado, en la madrugada del pasado domingo, en una calle del barrio Queens de Nueva York, después de ser brutalmente apuñalado. Hugo vió que una mujer era víctima de un atraco y, sin pensárselo dos veces, salió en su defensa. El  asaltante le propinó varias puñaladas. Cayó en la acera y estuvo desangrándose en el suelo más de una hora. Durante ese tiempo, veinticinco personas pasaron a su lado sin prestarle atención. Finalmente, los bomberos recibieron una llamada, cuando ya nada se podía hacer, salvo retirar el cadáver de la calle. Las cámaras de seguridad desvelaron la película. Ahora la policía investiga.

El hombre que lee el suceso cierra el periódico y toma aire. Tiene claro que Hugo era un gran tipo y que su muerte deja al mundo sin un ángel. Dos jóvenes se sientan frente a él. Hablan del curro y de la falta de tiempo. Él, se pregunta al oírlas, si se detendrían a auxiliar a Hugo. De acuerdo a la conversación que mantienen, algo le dice que no. Él también se pregunta si ellas en el metro madrileño hubieran salido en defensa del supuesto 'facista' y cree que nones -en el vídeo se ve como un pasajero arrea a otro una serie de patadas, mientras el resto de viajeros se retira un lado- Pero, ¿por qué no? le interroga su vocecilla interior con extrañeza. "Fácil, no tienen tiempo para reflexionar sobre lo esencial", se responde a sí mismo. Además, tiene la sospecha de que la abnegación y el amor al prójimo -valores en baja- requieren entrenamiento diario.

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