lunes, 12 de abril de 2010
Sin miedo
"El sol se resiste a madrugar este domingo", dice el conductor al hombre que le pregunta por una cafetería abierta. Éste, de modo más explícito, repite su recado urgente: "¿Dónde puedo tomar a estas horas un café?". La respuesta del profesional no se hace esperar: "Para mí que Don Lorenzo está hoy de marcha con la niebla". Un segundo viajero, con pinta de extranjero, sonríe relajado y ajeno al diálogo de sordos de los otros dos adultos. Este sujeto lleva los casquillos puestos- y tan alto es el volumen- que la voz de Haris Alexiou se vuelve fácilmente reconocible para la vecina de asiento. La cantante griega pone al varón a bailar los pies, ora a la izquierda, ora la derecha. A la escuchadora de gorra le basta con evocar un atardecer en Cabo Sunion para perderse en un sirtaki liberador.
Al margen de melancolías, ella sabe, por principio, que en un bus el decir de otros es más fácil de registrar en la cabeza en día festivo que laborable. "¡Toma ya con el parto!", susurra la vocecilla interior. Tiene razón. Hay que tener cara para explicar una obviedad. A menos gente, la cháchara ajena, es pan comido. Pero, ¡callate, guapa, no me delates!.... El autobús corre y corre por el carril, sin frenazos que sobresalten el ánimo. Y libre, de los personajes que se jaztan, a diario, de abrirse paso a codazos por su interior sin conjugar, ni por descuido, un 'por favor'; por no haber, no hay, siquiera, el sonido arrollador de múltiples polítonos reclamando a sus usuarios que descuelguen el móvil.
Y, fue justo ayer domingo, cuando una pudo oír una frase tan lapidaria que le hizo girar la cabeza: "No me da miedo morir junto a tí". Su emisora, una veinteañera, de tez amarillenta. Su acompañante, un joven que, sin titubear, replicó, a su vez, en voz baja: "¡No digas eso, no, no lo digas!". Luego de un manotazo, abrió la ventanilla. La escribidora, no puede aclarar, sin embargo, si la cuña de la chica respondía al ardor de un filtro amoroso o, por lo contrario, a un desahogo por enfermedad. Sí, ciertamente, la pareja se dio un beso que más parecía un brindis a la vida que un luctuoso adiós.
Al margen de melancolías, ella sabe, por principio, que en un bus el decir de otros es más fácil de registrar en la cabeza en día festivo que laborable. "¡Toma ya con el parto!", susurra la vocecilla interior. Tiene razón. Hay que tener cara para explicar una obviedad. A menos gente, la cháchara ajena, es pan comido. Pero, ¡callate, guapa, no me delates!.... El autobús corre y corre por el carril, sin frenazos que sobresalten el ánimo. Y libre, de los personajes que se jaztan, a diario, de abrirse paso a codazos por su interior sin conjugar, ni por descuido, un 'por favor'; por no haber, no hay, siquiera, el sonido arrollador de múltiples polítonos reclamando a sus usuarios que descuelguen el móvil.
Y, fue justo ayer domingo, cuando una pudo oír una frase tan lapidaria que le hizo girar la cabeza: "No me da miedo morir junto a tí". Su emisora, una veinteañera, de tez amarillenta. Su acompañante, un joven que, sin titubear, replicó, a su vez, en voz baja: "¡No digas eso, no, no lo digas!". Luego de un manotazo, abrió la ventanilla. La escribidora, no puede aclarar, sin embargo, si la cuña de la chica respondía al ardor de un filtro amoroso o, por lo contrario, a un desahogo por enfermedad. Sí, ciertamente, la pareja se dio un beso que más parecía un brindis a la vida que un luctuoso adiós.
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