Tinta

"Los tomates llegaron de América... los tomates llegaron de América... los tomates llegaron de América..." La letanía del viejo  silencia la voz de los que van en el autobús municipal. Él, al sentirse centro de atención, pone punto a su dictado y felicita a todos las pascuas. Un niño toma asiento a su lado. El hombre le mira y dice: "Te cuento un secreto, si sabes en qué mes estamos.  "En abril", contesta el crío, rápido. "Sí, este año la pascua florida cae en abril", repite éste.

Luego, inclina la cabeza hacia el infante y le explica que es pescador retirado y apostilla por si lo duda: "Los delfines cuando tienen mucha hambre y no encuentran que comer, bajan al fondo del mar, a cazar jibias, y si capturan alguna la decapitan, dejándole el cuerpo a la deriva".

Al menor la historia del delfin y la jibia parece gustarle. "Mis padres me llevaron a un delfinario en Alicante. Pero no sabía que bajaban al fondo del mar a cazar jibias". El jubileta ríe satisfecho. "Algunas-prosigue el susodicho- se dan cuenta del peligro y sueltan oleadas de tinta para que el animal marino no pueda distinguirlas". "A mí me gusta la tinta mezclada con arroz blanco", se sincera el menor.

El viejo se anima. Y, antes de abandonar el bus, le narra un cuento que dice haber escuchado al patrón de su barco, un gallego, llamado Juan, hace muchísimos años. "Un día salieron a dar un paseo por el suelo marino un pulpo y su pariente, la jibia. De pronto tropezaron con un lenguado. Al pulpo la boca se le hizo agua y trató de tenderle sus tentáculos. El lenguado se dio cuenta de la intención y separándose rápido, le dijo insultándole: "¿Acaso pretendías comerme? cabeza encima de ocho patas, boca entre las mismas, ojo en la cintura, dos mil  ventosas..." El pulpo quedó mudo de la impresión y la jibia salió en su defensa: "Puedes hablar tú, barriga por el fango, un ojo en lo más alto de la cabeza y el otro en un labio, boca tuerta". El lenguado se largó, no sin antes gritar a la jibia: "¡Callate, de una vez! mina del tinte".