Cinco escolares se sientan en la parte trasera del autobús municipal. Ríen con descaro y sin freno. La protagonista de sus carcajadas -por lo que se deduce de sus comentarios- es una profesora que este curso les ha dado clase hasta la llegada de las vacaciones de Semana Santa. 'Puta cabra'. Ese es el epíteto que le dedican al descubrir que la docente de baja acaba de subir a bordo. "¿Qué tal chicos?", les dice ella al tomar asiento. Las criaturas, tal como si hubieran visto un aparecido, abandonan el cuatro ruedas en cuanto vuelve a parar y abrir las puertas. La maestra, al instante, coge el móvil y llama: "Iba a pedir el alta al médico, pero me vuelvo a casa". "No ha pasado nada. Me encontré con ellos", "Sí, sí, con los que te dije que me reventaban la clase y hacían la vida imposible".
¡Uf! esta historia -piensa el oidor- mejor la esbozo y no la cuento. Hay que tener agallas para sacar en el bus una camilla virtual con su bola verde y escribir luego futuribles sobre el profesorado deprimido y la violencia en las aulas. Y, más aún, para abrirse a dar consejos. "Recomiéndale un veterinario, que éstos cocear, bien que cocean", apunta la vocecilla interior en plan obstinado. Afortunadamente para él, la vista se le posa en las mochilas de dos peregrinos y, por asociación de ideas, ve que suben a bordo los caracoles que salen de botellón en cuanto caen cuatro gotas.
-Estoy de los nervios, dice un paisano a un viejo conocido.
-¿Se fue por fin tu mujer con su podólogo?, pregunta éste.
-No. Vengo de hacer una transferencia a mi hijo a Estados Unidos para que viva.
-¿Qué hace allí?
-Le va el rollo de la música y estudia un máster 'of Arts in Music Education'.
-¿Lleva mucho tiempo?
-Dos años. Se está preparando a conciencia para encontrar aquí trabajo.
-No le va a faltar. Ya salimos de la recesión. ¿No lo sabes?
-No me toques las pelotas.
-Y tú no seas vulgar.
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