La nieve ha vuelto a los altos. La gente, a la ropa de abrigo. Los pájaros enmudecen y hacen de su desconcierto, un vuelo en bandadas. En la mar, el agua se engalla y baila al compás del silencio y de bramidos. Ahí están las olas que vienen a darse su último chapuzón a la arena y ahí, las que, en el camino de regreso al abismo, van despeñándose sin cuerda ni risa. "No hay horizonte; él se hace a medida que uno avanza, si es que eso es realidad y no mera percepción sensorial", dice una turista alicantina a su marido. Éste musita que eso ya lo dijo Machado en su cantar.
Esta mañana de gris a granel, sólo los vejetes van crecidos en el autobús. La evocación de un refrán les hace visibles al resto del personal y el subidón a su escasez de adrenalina, se visualiza sin prismáticos ni lentes progresivas. 'Hasta el 40 de mayo no te quites el sayo', dicen y redicen al auditorio estudiantil que viaja a su lado y eso -malpiensa un oidor- es justo lo que, casi seguro, no se recomendaron ayer ni Rajoy ni Zapatero, en Moncloa.
"Que la bolsa baja, que hay crisis, que los empresarios están de los nervios y los trabajadores en la calle...¡Ay! Fuera luto, fuera pensamiento ratonero. Todo se va a arreglar. Habrá reforma y habrá pensiones. Europa echará una mano. ¿No se la echa a Grecia? Pues entonces qué más da un euro de menos que de más. Lo importante -asegura el más viejo de todos- no lleva el ritmo del dinero, ni sabe de medidas de políticos y votos de electores. Está ahí, delante de tus ojos. ¿No lo ves?"
Crece la hierba, se estira el árbol. Un pez salta fuera de la red. Viajan las nubes. ¡Bájate, bájate!, es tu parada.
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