El nordeste amanece hecho un escobón de escajos. El viento descorre raudo las cortinas al día. En un plis-plas manda a paseo a las nubes y se da el gustazo de los azules. Pero, son las hormigas, y no el sol ni el cielo, los personajes que esta mañana dan fuste a la charla de dos amigos en el autobús municipal. Los insectos se han atrincherado en la cocina de uno de ellos. El afectado canta sus desdichas a tumba abierta y los que prestan atención al problema que narra, visualizan el horror de ver una tortilla de patatas colonizada por los diminutos bichos.
-Chico, estoy de los nervios.
-Consuelate. Pasan cosas mucho más graves en el mundo.
-Ya. Pero estoy harto de cenar mi plato favorito con hormigas.
-Abre el grifo y dales una ducha. Verás que pronto desaparecen.
-Ya lo he hecho. No da resultado. Han aprendido a nadar.
-Eso te pasa por ser ecologista. Si usarás Matón, no quedaba una.
-Por mí que se mueran todas.
-Todas no. Los litófagos cumplen una misión en la cadena trófica.
-Pues te juro que les hacía un ERE encantado de la vida.
Lo curioso de ir en un transporte colectivo
, resalta una gorda modelo Botero
, es que los disparates se confunden con dogmas de fe y las ironías con fuegos fatuos. Cierto, cierto, le
responde un meláncolico desteñido por la prisa. ¡ Ahí queda eso!
, regurgita la voz de un deportista y la vieja que monta a trotecillo lento en el bus para ir a clase de pilates sueña con que los nietos le digan guapa. La tunanta sabe de sobra que ninguno le dirá: "Abuela, la pechos te cuelgan de la cintura".
Lo peor son esos insectos que se han dado en llamar moscas cojoneras y que no nos dejan trasnquilos ni aunque te gastes 7 botes de fli.Feliz firma en la Feria del Libro
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