Un taurófilo pregunta en alto al conductor su opinión sobre el destierro de las corridas de toros en Cataluña. Éste zanja el problema diciendo que el asunto no le va. Eso, eso, mucha aldea global en este siglo, dice para sí una vieja, pero a la gente que hoy toma el bus camino de la playa lo que, de verdad, le importa es que las corrientes marinas alejen a las medusas de los arenales.
Por supuesto, que está clara la cosa. Si hablasen de cómo uno a uno podrían luchar para dejar el mundo mejor que como lo encuentran, la historia, entonces, puro aburrimiento mortal por el toque marciano que conlleva. Mejor vivir a ciegas. Tampoco el miura que pasta en la dehesa es consciente al salir al ruedo de que la bravura de nada sirve cuando el clarín de la muerte vuelve silencio la plaza.
Los hombres del tiempo hace mucho que ganaron la partida a los intelectuales. A éstos un poeta se les adelantó hace siglos ya en el diagnóstico: ‘Triste España sin ventura’. Se llamaba Juan de la Enzina y lo más perverso y extraño es que ha pasado a la historia sin decir si hará bueno o malo.
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